La primera vez que entré en Gucci

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En la humildad de sus vidas nunca les enseñaron a ser dignas de merecer riqueza alguna. A sus casi 30, en el poco tiempo disponible de sus ajetreadas y exigentes vidas, hacen por hacer un sobreesfuerzo gratificante, disfrutón y coincidir en aquella ciudad de cuento. De pájaros que cantan, de roídos y rodados adoquines, de puentes que se configuran distinguiéndose los ricos y los pobres. De mercadeo al aire libre en el que disfrutar de las mejores joyerías y poder sellar cartas de amor. De palomas que las traen y las llevan sin ser piojosos pichones. Se juntan en aquella Florencia de ensueño, de arte en cada rincón, de primavera florecida y que florece a una ciudad de postal. Allí, se sienten por un instante libres de toda exigencia y libres del capital. Del neoliberalismo no presume nadie o al menos eso era lo que se llevaba en su día…


Les basta con ver un grupo de rusas rebosantes de compras para darse cuenta de la perversión, de la frialdad y la deshumanización e hipocresía que se genera siendo consentida. Estando admitida sin importar cuántas vidas humanas, de niños y de niñas caen en el frente en ese momento. Las guerras no se eligen, hoy en día tampoco se revierten.


Tras este episodio deciden reírse de la crueldad que es la vida a la par que la celebran con la máxima revelación, siendo libres y dignas de todo a lo que tienen derecho de disfrute. Basta con saber que algunos cercanos no tienen esa oportunidad, basta con ser sensibles al dolor ajeno, a la toma de conciencia de que la salud es un regalo tremendamente delicado.
Y así como algo delicado, cuidadosamente se toman su primer helado. Con el rojo de cereza en honor a la Ucrania fértil y gloriosa, en honor al valor de su sangre derramada.

Prosiguen el libre uso de su libertad y disfrutan de las mejores obras de arte de la historia con pase gratuito, se sorprenden al entender el simbolismo de las 3 gracias y se empoderan con las mejores virtudes. Se ríen del turismo relicario a la par que lo experimentan con cierto asco. Todavía no comprenden como alguien da tanto valor a un hueso pudrefacto o una uña mal partida.
Pasan a vestir sus mejores galas en un entorno en el que ningún turista se atreve a caminar sobre unos estilettos. Eligen comunistamente al frapuchino di Grom frente al del Starbucks. Se nutren de su mermelada casera de albaricoque con su helado de fragola. Y con el mismo se plantan con sus occhiali da sole en la piazza dil duomo bajo el luminoso neón de Martini.


Ya están listas, comienza la máxima rebelión.

En honor a la parte más atractiva del comunismo soviético entran siendo pobres a Gucci. Se revelan transparentemente a la dependienta que frena su avance por la tienda interrogándoles sobre sus antecedentes previos, a lo cual admiten una más que otra ser reincidentes habituales. La mochila del Lefties no les impide continuar su visita tomando registro de todos aquellos vendidos al capital y comprados por la más hortera farsa italiana. Ambas, se ven comprometidas, siendo seguidas por la dependienta asiática que en un afán ansioso por no ser despedida busca resolver pronto su visita inesperada. Pero ellas no se rinden, no se hacen las rusas, por supuesto que no … No quieren presumir de la lengua sibilina que anda detrás de la omisión de derrocar a una oligarquía tan snob como la de aquella tienda.

Esta vez se dirigen a la cuna del estilismo italiano con los pañuelos de seda, ojalá hubieran tenido la oportunidad de viajar en el Lotus Seven descapotable azul que se cruzaron hace un rato, ya se imaginan con sus gafas de sol y este ligero pañuelo colorido en la cabeza como se muestra en los carteles de la marca de la casa.


Prosiguen con los cinturones porque son tan delgadas y esbeltas que sin ellos se les caerían los pantalones y eso no es apropiado para mujeres trabajadoras y operarias como ellas. Lo que más les gusta de los mismos son los detalles dorados de la hebilla los cuales resaltan: la durabilidad, la no pérdida de poder adquisitivo -aunque exista inflacción- y la garantía de poder fundir la hebilla si en algún momento son empresarias y dejan de pagar a sus trabajadores volviéndose deudoras por no tener liquidez. De ahí suben por aquellas escaleras de moqueta rosa, asfixiadas por la pared de moqueta rosa también y agobiadas porque a la moqueta le han añadido una alfombra aterciopelada.

A su asistente personal asiática se une un guardaespaldas de algún país africano lo cual hace más cruento la realidad de ese lugar; todo rosa chicle, como si fuese dulce para los continentes más pobres lamer el culo de los ricos. Finalmente, decido proponerle a mi amiga que experimente la acústica de ese lugar, nunca más estará en una estancia tan óptima para cantar ópera, y es entonces cuando le solicita a “nuestra” dependienta asesorarle para elegir vestido para su concierto. La dependienta le asiste educadamente, a pesar de resoplar de vez en cuando -por lo bajo- con su compañero africano. No quieren romper el protocolo neoliberal exigido pero les empieza a resultar indecente seguir manteniendo esta teatralización.

No nos cortamos y corroboramos que no hay su talla, demasiado delgada para ser obesamente rica.

Pasamos a los zapatos y vemos que las tachuelas y plataformas no son propias de la alta sociedad italiana o al menos no cumplen los estándares de la tradición operística. Nuestra asistente personal nos confía su deseo de vernos rompedoras con esas plataformas negras de tachuelas. Ya está, hemos logrado que nos admiren en nuestra máxima libertad de mostrar con gracia la pobreza desde la felicidad más absoluta. Preguntamos educadamente por la salida. Tanto nuestra asistente personal asiática como nuestro guapo segurata africano nos acompañan al mostrador de la entrada de la tienda donde empezó toda nuestra mejor obra.

Una última pregunta que nos hace “nuestra” asistente:

-Ella sé que se dedica al canto de ópera, ¿Pero y usted?


Le digo con transparencia:

-Yo me dedico a la psicología

Y entonces nos sonríe de verdad, y con su máxima asistencial, me expresa gestualmente que la salud mental no tiene precio y nos guiña el ojo como si supiera que seremos las siguientes pero que al menos tenemos propósito.

Escrito por: Clara Sevilla Moreno. Inspirado por: viaje a Florencia con Olesya 5.05.2023

Vestida de nieve

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Era una mañana cualquiera, de un 26 de octubre y sin embargo no hacía frío. Al contrario, el clima de aquel año había sido extremadamente excepcional.

El río reflejaba todavía la luz del amanecer, pero no había rocío en la hierba. Sí que era protagonista el color amarillo del otoño en las margaritas de los márgenes, en las hojas de los árboles.

Apenas había gente caminando por el parque solo una grulla lavándose las plumas, yo acudía como todas las mañanas a hacer mi sesión diaria mínima de ejercicio físico: diez mil pasos. Mi camino diario ida y vuelta antes de empezar otra jornada de trabajo. Hay que mantener un estilo de vida saludable y últimamente mis articulaciones se resienten con facilidad, será que me estoy haciendo mayor, pienso…

Y entonces observó aquella escena tan enternecedora. Son jóvenes, más jóvenes que yo (que últimamente ya acuso mis primeras arrugas como señal del paso del tiempo). Tendrán unos veinticinco años, ambos caminan a la par, decididos, a la vez ligeros y saltarines.

Ambos llevan la sonrisa impresa en sus bocas. Parecen de película, parecen sacados de la película de Pulp Fiction, ella desde luego se le parece en el estilismo de su pelo. No son extremadamente altos, tampoco son individuos que llamen de primeras tu atención. Pero sí puedo decirte que en ese día tú también te hubieras fijado, porque este día sus caras tienen algo especial.

Acaban de venir de darse el sí quiero para toda una vida, han sido los primeros en acudir hoy al registro civil. Él va de traje con americana, una corbata azul y una camisa blanca que reluce.

Ella va vestida de blanco como un copo de nieve. Con una falda de tubo blanco, unas botas altas negras estilo militar a conjunto con su corte de pelo negro y sus ojos oscuros con brillo de castaña. Me fijo en su chaqueta blanca de angora, seguro que no esperaba un día tan caluroso a finales de Octubre, pero aun así, la luce puesta. Su maquillaje discreto resaltando un fenotipo que podría corresponder a rasgos armenios.

Van solos y felices, no les hace falta nada más.

Lo tienen todo

AMOR y justo ahora, un poco de aire fresco en un octubre tropical

1984 (en 2022)

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El pequeño Jan me mira con los ojos bien abiertos nada más acercarme a él, es curioso, está absorto; como concentrado en esa sombra que se cierne sobre sí. Me explica el padre del niño, mi cuñado, que todavía no ve nada…

(O sí…) me quedo con la duda… parece tan concentrado en mis ojos como yo en el estudio de averiguar si esa afirmación es realmente cierta. Quizá, no es capaz de ver o comprender del todo que es lo que está viendo…pero sí: me huele, me contempla y me estudia en el claro oscuro del salón. Existe un momento en el que parece sentirse frustrado en ese empeño de no comprender quiénes le miran con tanto ahínco a los ojos y le nombran. ¿Le asusta?, entonces, es cuando se echa a llorar o más bien a gimotear. El agudo llanto del bebé rompe la calma del entorno que de cómodo y familiar pasa a ser poco confortable para todos los que estamos allí presentes, excepto para Jan. 

Sigue llorando con énfasis. Nuestros músculos se tensan, nuestras miradas se cruzan buscando una resolución eficaz e inmediata a esa calma desprovista, nuestros oídos se sensibilizan y la sensación de molestia se adueña de todos los adultos allí presentes.

Mi pareja y tío de ese bebé, justo en ese momento, decide transformar esa energía estancada en nuestros cuerpos en una valiente y decidida iniciativa de lanzarse acunar al pequeño. Como todas las primeras veces, yo busco retratar ese momento a través de una fotografía analógica. Rápidamente mi cuñado, padre del niño, me facilita de entre sus pertenencias una pequeña impresora definida como una novedad en la impresión instantánea de las fotos digitales de smartphone a papel. En este caso él es un experto de la tecnología de impresión… No seré yo quien critique la necesidad de retomar la presencia de documentos palpables y perdurables en el tiempo… pero solo el tener que hacer uso de esa tecnología en ese momento se me torna poco atractivo y no encuentro la motivación para llevar a cabo el propósito de retratar dicho instante.

En esta pandemia he ido a “visitar” a esos bebés cercanos a mí que están naciendo en los tiempos de COVID-19.  Todos ellos, son fotografiados y grabados diariamente en digital en sus avances propios del desarrollo infantil, constantemente, recibo los reportes de sus progresos y experiencias de crianza en formato digital ya que apenas se les visita presencialmente. La hija de mi prima, de un año y medio, la primera vez que me ha visto la sonrisa se ha sorprendido de que lleve aparato en los dientes. Según mi prima, son tan pocas las sonrisas que vislumbra que una excepción, en la definida y acotada muestra, resulta impactante y por ello lo primero que busca es: tocar y palpar sensorialmente que es eso a lo que se le llaman “Brackets”.

Por otro lado, todos los encuentros con dichos bebés se realizan en condiciones extremadamente “seguras y asépticas” y porque no decirlo…antinaturales…con: mascarilla como barrera en el vislumbrar natural del rostro, con gel hidroalcóholico o lavado de manos previo anticipatorio al contacto estrecho y con tiempos escasos claramente acotados. Jamás, me imaginé que, en la edad de mis 29 años, cuando mi entorno cercano tuviese la oportunidad de procrear y criar lo haría con tantas barreras materiales por delante.

Me quedo pensativa si en ese contemplar de Jan cuando le miré a los ojos hubo cierta sorpresa de que fueran otros ojos quien lo mirasen y no el objetivo pasivo de una cámara de móvil. Ese ser, al que le habían asignado todavía incipientes capacidades, se torna el experto en ser susceptible a dichas señales sensoriales. En reclamar y lograr lo que busca, en recuperar esa calma, esa comodidad perdida por un momento en lo natural del vínculo humano, en el contacto sensorial, en este caso con la teta, con su madre. Olvidándose de posar ante nadie o para nadie.

Clara Sevilla

13/01/2022, retratos en tiempos de pandemia

Ladrones de guante blanco

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Esta noche mi novio ha soñado que robábamos un banco. No he podido evitar deleitarme con esa imagen sugerente de vernos ataviados en esos trajes ajustados con mis botas de terciopelo negras y brillantes, haciendo malabares para sortear los sistemas de alarma.

Riéndonos de esa burocracia absurda e hipócrita que se va instaurando e inundando nuestro sistema socio económico. Solo os mencionaré un detalle: no robábamos una oficina bancaria de pueblo…no…,íbamos a la más alta sede, a esas oficinas del grupo bancario que se hacen diferenciar estéticamente y aseguran estar especializadas en grandes capitales, en servir y pelotear a esa clase multimillonaria.

Sí, hemos robado a aquellos sobre los que leía el otro día en un famoso periódico que eran considerados contribuyentes con fortunas superiores a los 30 millones y que crecieron un 15% en 2019, pero de los cuales casi un tercio de ellos no pagan los impuestos que les corresponden por patrimonio.

Me imaginaba testificando frente a la autoridad justificando nuestra acción: -“este delito lo cometimos para: reírnos de esa burocracia ajustada a la que se someten los bancos y tan injusta para la gran mayoría de clases”-.  Me imaginé, saliendo de la sucursal victoriosa de nuestra misión, sonriendo pícaramente y diciendo para dentro: – “Os lo merecéis, por ladrones”-.

Así, en esta historia me transformo en poderosa ladrona de guante blanco, una Robbin Hood en una época donde revertir el orden establecido puede ser un gran hito para el porvenir de aquellas personas a las que: les cierran las oficinas bancarias, a las que despiden aún manteniendo los sueldos estratosféricos de las cúpulas directivas, aquellas personas que (aún, lidiando con la desigualdad de oportunidades asociadas al poder) tienen que aguantar como otras se llenan la boca diciendo que son pobres porque se lo trabajan poco y que no les está permitido cobrar un sueldo digno. Mi crimen podría considerarse el inicio de una revolución ante la implantación de sistemas de inteligencia artificial deficientes en cuanto a la seguridad de esos ahorros de la clase obrera que ahora ya ni siquiera tienen la oportunidad de transformarse en efectivos o palpables a sus bolsillos.

Me sigue contando el sueño…en el que lográbamos pasar desapercibidos y ejecutar nuestra misión con bastante éxito y soltura, pese a ser principiantes y ser nuestro primer robo. Me he sentido tan vivaz y juguetona como la primera vez que fui a un parque de atracciones.

Hemos logrado llevarnos un lingote de oro, tan pesado y grande que resultaba difícil de ocultar. En un momento dado, casi nos puede la codicia y la avaricia del poder, ¡¡estuvimos a punto de llevarnos más!!, pero preferimos no caer en ese instinto primario y mundano que nunca acaba bien. No somos de ese tipo de personas. Por ello, gracias a que somos gente de tener los pies aún ligados a la tierra y a la clase social a la que pertenecemos solo nos hemos llevado lo justo y necesario, así el karma nos lo ha agradecido con el éxito en la operación de guante blanco.

Fantaseo con esa idea de salir invicta con el antifaz negro y el contraste oro entre las manos. Según me relata…nos vamos a un bar a celebrarlo…, tanto lo celebramos que salimos a las tantas ya cuando el dueño no nos aguanta ni una más y…con el disgusto de que nos olvidamos el bien más preciado, el motivo de nuestra celebración; el lingote de oro.

Me puedo imaginar de nuevo, esa fase de pasar del personaje victorioso y seguro de sí mismo a la imagen terrenal de salir corriendo deshaciendo el camino realizado, teniéndome que quitar el antifaz porque ya me resulta un poco molesto y disconforme para correr sin que se me corra el rímel. Me imagino, en ese estado de insight y de acelerada activación dándome cuenta de aquello que he perdido o estoy a punto de perder. Pensando si seguirá allí, si alguien se habrá dado cuenta y se lo habrá apropiado cayendo en esa avaricia…o quizá, ese alguien interprete ese objeto perdido como lo justo que le toca tras sus fatigas económicas…rezo porque siga ahí y nadie se haya apropiado de un bien que no le pertenece, deseo que esté esperándome en el taburete roñoso que está pegado a la barra. Corro como nunca, más incluso que en la misión de robar el banco (puesto que el éxito consistió en hacerlo con calma, aparente transparencia y la naturalidad que nos caracteriza: el ilusionismo). Llego al bar y me encuentro al dueño cerrando la persiana, en la calle desierta solo se oye ese ruido chirriante desagradable y mi súplica desde lejos. Entonces le ruego, olvidándome de ese ego subidito de hace unas horas, que por favor me deje pasar porque me he olvidado “una cosa”. El buen hombre me mira con desdén, mira hacia el cielo pidiendo clemencia… se lo piensa un poco… pero finalmente con esa bondad que caracteriza a la clase obrera…. sube de nuevo la persiana. Y allí frente a mí, brilla como el sol una de las esquinitas que asoma por la bolsa negra y oscura que lo cubre.

Me veo a mí llorando y riendo a la vez, acogiendo entre mis brazos como a un bebé ese preciado tesoro y agradeciendo una y otra vez al pobre trabajador que me haya dado cabida a recuperar lo que desde hace unas horas consideraba mi pertenencia porque…”me lo he ganado”. Sin embargo, vuelve a aflorar la conciencia social y le propongo al buen hombre valorar su humanidad invitándole a que parte de este valorado tesoro le pertenezca.

-Ya estamos con el cooperativismo. – Me dice mi pareja como buen catalán… y yo le respondo con inocencia:

-Todo es de todos. Aunque te reconozco, que nunca me gustó tanto el oro como ahora. Siempre lo asocié a las chonis, me resultaba a simple vista chabacano, vulgar…”

  • Referencias:

https://elpais.com/economia/2021-09-02/el-numero-de-superricos-en-espana-toco-maximos-antes-de-la-pandemia.html

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“Sus largos silencios y sus modales extrañamente inconexos me habían producido cierto nerviosismo pero ahora que era consciente de lo que podía esperar, y ahora que le caía bien y pensaba que era demasiado buena persona, me sentía más tranquilo en su compañía.

(…)

Me había parecido una criatura extraña e insípida, simpática en el fondo, quizá, de aspecto interesante, pero carente de electricidad, una mujer encerrada en algún nebuloso mundo interior que le impedía establecer un verdadero compromiso con los demás, como si fuera una especie de silenciosa visitante de otro planeta”

Invisible. Paul Auster

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Me fijo en sus manos,

arrugadas, temblorosas y escuálidas.

Traslucidas dejando ver la sangre azul de sus venas

manipulan, sin intención ni objetivo alguno, el blister con la pastilla.

La vista se me clava en las múltiples heridas sin cicatrizar.

Mi abuelo ha sido un hombre de campo,

si hubiese estudiado alguna carrera hubiese sido: ingeniero

mecánico,

le gustaba realizar múltiples artilugios destinados a cumplir un fin

Los trabajaba con sus propias manos,

hoy, glorifico el trabajo manual.